Las elecciones son importantes porque definen el rumbo de un país. No estamos hablando (como todos) de votaciones presidenciales sino de elecciones alimenticias. En nuestro territorio todos los fines de semana hay elecciones. Porque los ciudadanos tenemos la responsabilidad indelegable de ir al supermercado, a la dietética o a la verdulería y elegir qué comerá nuestra familia. No es algo menor. Meter algo en un changuito o en una bolsa (como un sobre en una urna) es decidir sobre nuestro futuro. Cómo llenamos la heladera afecta la salud de nuestros hijos e inculca hábitos para la vida adulta. Elegir un alimento con consciencia, considerando las virtudes nutricionales, el impacto social y ambiental de los procesos implicados, también es elegir un modelo de vida (y de mundo).
Es cierto que elegimos entre los límites del presupuesto familiar, el tiempo que tenemos, las opciones que nos dan (muchos ultra-procesados con excesos de sal y azúcar), las costumbres heredadas y la información que entendemos. Todos estos factores dificultan el acceso de las personas en situación de vulnerabilidad económica (muchas veces sólo preocupadas por asegurarse un plato sobre la mesa) a una comida saludable. El riesgo de malnutrición con sobrepeso (4,3 veces más frecuente que la malnutrición con bajo peso) es mayor en la población de menores ingresos. Los datos del programa Sumar muestran que más de un tercio de los chicos y chicas de 0 a 18 (34,5%) de menores ingresos tienen sobrepeso u obesidad.
“Hoy, el hambre va de la mano con la obesidad. Y no podemos pensar en solucionar estas dos epidemias si no hacemos algo para mejorar la alimentación infantil -destacó Silvio Schraier, director de la carrera de Nutrición de la Fundación Barceló. “Por cada peso que invirtamos allí, se ahorrarán al sistema de salud grandes cantidades de recursos invertidos en enfermedades no transmisibles, como hipertensión, diabetes y riesgo cardiovascular”, agregó.
Todo lo anterior refleja que no es un problema individual sino una cuestión de estado. La Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR) en 2018/2019 muestra que en los últimos 20 años aumentó la obesidad y el sobrepeso en nuestro país. De acuerdo con el estudio, 61,6% de los argentinos están excedidos en peso (36,2% tienen sobrepeso y 25,4% sufren obesidad).
Esto no significa que como ciudadanos de a pie no podamos hacer nada. A pesar de lo dicho comer sano no es necesariamente más caro. Una banana cuesta menos que un alfajor. Un kilo de zapallitos cuesta menos que un kilo de matambre. Una bolsa de azúcar cuesta la mitad que dos bolsas (y es suficiente). Un agua mineral es más barata que una gaseosa. Tampoco comer mejor demanda necesariamente mucho tiempo. Alcanza con tirar a hervir esas verduras que vienen en una bolsita o con lavar una manzana.
Podemos hacer muchas cosas. Podemos tratar de cambiar nuestros hábitos. Podemos leer de alimentación. Podemos educar a nuestros hijos con el ejemplo. Podemos compartir recetas y buenas ideas. Podemos exigirle a nuestros gobernantes políticas públicas tendientes a garantizar entornos saludables y una alimentación saludable para todos. ¡Debemos hacerlo!
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