Pan y pandemia

11/05/20

El coronavirus es invisible pero visibiliza muchas cosas. Es una amenaza que paraliza a la humanidad pero que también la pinta de cuerpo entero. ¿Qué enseñanzas podemos sacar en limpio a esta altura de la pandemia? ¿Qué revela sobre el sistema alimentario global y la crisis alimentaria en América Latina? Compartimos 5 lecciones que este cachetazo nos dejó, después de volarnos la coronita y devolvernos la memoria.

PRIMERA LECCIÓN: SOMOS UN ANIMAL

Entre tanta corrida y  novedades banales  habíamos olvidado nuestra condición de bichos mortales que tienen que  comer para sobrevivir. Tuvo que venir el coronavirus a despeinarnos, sacarnos el maquillaje, el perfume y el vestido de fiesta, para que recordemos nuestra condición más esencial.

En 200 países afectados la única certeza es que las actividades de producción, elaboración y distribución de alimentos no pueden frenar. Simplemente, porque las personas tienen que seguir comiendo. Porque nacimos con el instinto de prendernos a la teta y el hambre nos recuerda, a lo largo de la vida, que hay que llenar el estómago para funcionar y persistir.

SEGUNDA LECCIÓN: SOMOS UN ANIMAL DE COSTUMBRES.

Muchos filósofos se preguntaron qué es lo que nos diferencia del resto de las especies animales. Escribieron que somos un animal político, racional, simbólico, con lenguaje, tecnológico, un animal que coopera o ficcionaliza, uno que se asombra o ríe. Retomando esos intentos de respuestas, la pandemia expone la importancia de la cultura y las costumbres que organizan la vida.

Por un lado, nos hizo levantar la cabeza a la diversidad cultural. Tal vez el ejemplo más claro es el origen del coronavirus en el mercado de Wuhan. Dicen que el coronavirus vino por el puente de otra especie. Quizás en una sopa de murciélago o en un plato de pangolín (un lujo que en China o Vietnam cuesta 300 dólares el kilo). Sea lo que sea, este “exotismo” nos recuerda que los gustos responden a una situación histórica y social.

Por otro lado, el coronavirus reforzó su lección obligándonos a cambiar de hábitos en casa. Hoy no hay comedor en el cole, ni nos juntamos en el café, ni compartimos mate en la oficina. Hoy salimos menos de compras y pedimos más comida online. Hoy miramos por TV que las pizzerías tradicionales de la Avenida Corrientes, esas que parecían tan seguras como el obelisco, están agonizando.

En resumen, la naturaleza nos impulsa a comer pero nuestra cultura nos dice qué comer y qué no, cómo comer, dónde y cuándo.  Y estos sistemas de creencias y valoraciones cambian todo el tiempo, atados a posibilidades materiales y modos de sentir inter-generacionales.  La pandemia nos cambió las costumbres de un día para otro.

TERCERA LECCIÓN: SOMOS UN ANIMAL DE COSTUMBRES QUE TRABAJA FUNDAMENTALMENTE PARA CONSEGUIR COMIDA.

Comer es la primera necesidad, está en la base de la famosa Pirámide de Maslow y es lo primero que se le pide a Dios en el “Padre Nuestro” (el pan nuestro de cada día). Entre tanta serie de Netflix, aveces olvidamos que buena parte de la humanidad se mueve simplemente para evitar el hambre, para llenar la olla o la heladera.

Si la segunda lección habla de diversidad, esta se refiere a la desigualdad, las barreras sociales que impiden que muchos accedan a la riqueza de todo tipo. Hoy los medios masivos  muestran el drama del empleo informal, las changas en la rotonda, el “cuentapropismo” o las filas que se alargan cada día en los comedores populares. Hoy los que “viven al día” tienen un poco más de cámara, aunque sea por ser funcionales a los que presionan para abrir sus negocios.  Hoy es evidente que muchos deben salir cada día con la soga al cuello a buscar un plato de comida para su familia.

Esta es la cruda verdad de América Latina, el  continente más desigual del mundo. El problema alimentario ya era crítico antes de la pandemia. Según datos de Cepal, América Latina y el Caribe acumula siete años de bajo crecimiento, con un promedio de 0,4% entre 2014 y 2019. ¡Veníamos del crecimiento más bajo de los últimos 70 años! Desde 2014 caen los precios de los commodities, el PBI y los ingresos de los hogares (y en paralelo suben las tasas aduaneras, tasas de interés y e indicadores de desempleo urbano). Por cuatro años consecutivos el hambre y la inseguridad alimentaria aumentan, según el “Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional en América Latina y el Caribe 2019”.   Este informe muestra que en 2018 el 6,5% de la población regional vivía con hambre, lo que equivale a 42,5 millones de personas y que 187 millones padecían inseguridad alimentaria (32 millones de personas más que en el trienio anterior).  Esta tendencia siguió empeorando el año pasado por la guerra comercial entre China y EEUU (y la baja de exportaciones asociada) y la inmensa crisis migratoria de Venezuela.

Los números anteriores explican buena parte de las rebeliones callejeras del 2019 encabezadas por la clase media más vulnerable y  grupos indígenas. Las  manifestaciones de Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Honduras, Nicaragua y Colombia expresan el malestar por  expectativas frustradas, la alevosa desigualdad pero también el temor a caer en la inseguridad alimentaria y el hambre.

En este escenario llegó el coronavirus para terminar de armar la tormenta perfecta. En el horizonte se vislumbra la mayor crisis económica de la historia de América Latina, con una caída del PIB de -5,3%, la peor en toda su historia. Según Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), para encontrar una contracción de magnitud comparable hace falta retroceder hasta la Gran Depresión de 1930 (-5%) o hasta 1914 (-4,9%).

Los números anteriores muestran que las personas dependerán más que nunca de un mayor gasto público y políticas proactivas con prioridades de salud y alimentación. La FAO ya viene alertando de la necesidad de garantizar la alimentación de los más vulnerables mediante apoyos de emergencia. Incluso los países más desarrollados están implementando  políticas similares. En nuestro país no es tan claro cómo podremos financiarlas, pero es evidente que urgen aumentos de fondos de desempleo, ampliaciones de la base de programas sociales, refuerzos al Programa Pro Huerta, transferencias de dinero a través de la tarjeta alimentaria, el  financiamiento de comedores comunitarios o la entrega de bolsones con las meriendas que antes se obtenían en la escuela.

 

CUARTA LECCIÓN: SOMOS UN ANIMAL DE COSTUMBRES QUE TRABAJA FUNDAMENTALMENTE PARA CONSEGUIR COMIDA OBLIGADO A ADAPTARSE A UN NUEVO MUNDO.   

Esto significa que si bien el mercado de los alimentos no va a destruirse, porque nadie puede dejar de comer, el cambio de costumbres obligará a fuertes transformaciones en la cadena de provisión de alimentos. Estas reestructuraciones no se darán sin ruidos e implicarán bajas de productividad de algunos sectores y gran desperdicio de alimentos en otros.

Desde el lado de la producción, la concentración de trabajadores limitará la actividad según riesgos de contagio. En este sentido, los cultivos como el maíz, el arroz, el trigo o la soja, por producirse y almacenarse en cantidades industriales y tener sistemas de transporte y logística con poco contacto humano continuarán sin grandes complicaciones. Del otro lado, mataderos y frigoríficos  que requieren mucha cercanía entre trabajadores deberán adoptar nuevos protocolos de distanciamiento y perder productividad. Aparte, se sufrirá escasez de trabajadores agrícolas golondrinas para algunas cosechas por la interrupción de flujos migratorios. Por lo que las granjas con más recursos estudia la oferta de robots. Finalmente, podría haber cuellos de botella en el transporte, algunos repentinos e inesperados. Por ejemplo, en marzo, uno de los principales puertos de Rosario y la Argentina cerró casi una semana por la enfermedad.

Desde el lado de la demanda,  muchas  cadenas de comercialización se interrumpirán. Solamente el consumo en restaurantes, cafés y cafeterías en las escuelas y otras instituciones representan el 30% de todas las calorías consumidas a nivel mundial, y en muchos países estos lugares están cerrados o funcionando al mínimo con modalidad delivery o pick and go. Esto dejará a muchos agricultores y pescadores sin mercado.  Adaptarse a vender de un día para el otro en un nuevo canal no es fácil. En las casas no se come lo mismo que en un restaurant y se compran bolsas de harina de 16 kg; ni masas fermentadas por kilogramo. Cambiar el tamaño del paquete es mucho trabajo para un procesador y que los supermercados aprueben nuevos proveedores es un proceso largo.

Hay muchos ejemplos de transiciones complicadas. Los pescadores franceses dicen que están devolviendo dos tercios de sus capturas. Australia acumula un exceso de paltas. Alain Goubau, un granjero en Ontario, ahora alimenta parte de sus vacas con leche. Lamentablemente, una buena parte de que no se pueda vender se desperdiciará. La UE espera perder 400 millones de euros en papas. La proporción de desperdicio de alimentos en Estados Unidos aumentará del 30% al 40% este año, según André Laperrière de Godan (un grupo que promueve los datos abiertos).

En el nuevo escenario, las tendencias no son parejas. Por ejemplo, las compras de pánico aumentaron la venta de productos no perecederos empaquetados hasta 7 veces en algunos países  mientras que otros alimentos frescos bajaron su salida por percibirse como posibles fuentes de contagio.

En zafrán también estamos viviendo un proceso propio de adaptación tanto desde el lado de la producción como de la demanda. Nuestro segundo cliente distribuía nuestras colaciones saludables en las oficinas de las principales empresas del país. Con el home office, ese canal se derrumbó de un día para el otro. Esto nos obligó a ubicar gran parte de la mercadería en supermercados y enfrentar procesos de alta.

 

QUINTA ENSEÑANZA: SOMOS UN ANIMAL DE COSTUMBRES QUE TRABAJA FUNDAMENTALMENTE PARA CONSEGUIR COMIDA OBLIGADO A ADAPTARSE A UN NUEVO MUNDO Y CUIDAR EL PLANETA.  

Lejos de ser un tema marginal, la alimentación está en el centro de todos los problemas políticos, sociales y económicos. Como ya dijimos, buena parte de los movimientos de la humanidad se explican por su necesidad de comida. Los indicadores muestran que el sector alimenticio es el principal de la economía a nivel mundial y el que tiene mayor impacto ambiental y humanitario.

Suena raro pero somos casi 8 mil millones de animales, armados hasta los dientes de tecnologías, que comen cuatro veces al día. Esto explica que hayamos cambiado el mapa de la flora y la fauna de todo el planeta.

Nuestra comida está agotando la biodiversidad, ocupa la mitad de la superficie habitable de las plantas del planeta, usa el 69% del agua dulce extraída,  es responsable del 25-30% de las emisiones de gases de efecto invernadero, de la sobre explotación del 30% de las poblaciones de peces del mundo y es el principal impulsor de la deforestación tropical.

Esta pandemia es una muestra más de nuestro impacto ambiental. En apenas dos meses de guardarnos en casa, comienzan a verse canales y ríos más transparentes, cielos con menos smog y animales acercándose a las ciudades.

Muchos creen que esta crisis es una oportunidad para plantear un cambio de paradigma y  reemplazar la lógica expansionista de siempre (que implica intensificación, consolidación y especialización de la producción) por nuevas técnicas sostenibles.

¿Qué opinan ustedes? ¿Se puede hacer frente al drama humanitario y al ecológico al mismo tiempo? ¿Es un buen momento para cambiar el sistema alimentario global? ¿En qué sentido debemos reestructurarnos? ¿Cómo podemos garantizar la seguridad alimentaria de la población actual y de las generaciones futuras?

 

// Fuentes: Cepal, FAO

  • https://www.economist.com/briefing/2020/05/09/the-worlds-food-system-has-so-far-weathered-the-challenge-of-covid-19
  • Animal Político, ¿Cómo el coronavirus afecta lo que comemos?, José Luis Chicoma es un economista peruano y exviceministro de MYPE e Industrias del Ministerio de la Producción. Director General de Ethos Laboratorio de Políticas Públicas. Estudió Economía en la Universidad del Pacífico y tiene una maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard.

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https://www.zafran.com.ar/historia/coronavirus-entre-la-espada-de-lo-sanitario-y-la-pared-de-los-economico/

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