Imposible enumerar todos los fuegos que pusieron en vilo al planeta en 2019 y 2020. Los indicadores muestran una actividad incendiaria global que superó la que se venía registrando entre 2003 y 2015. Tanto fuego hubo que muchos científicos comenzaron a hablar del comienzo de “la era de los mega incendios”. Imposible calcular la devastación ecológica que esos fuegos extremos nos dejaron, en términos de emisiones, calentamiento global, desforestación, pérdida de biodiversidad, estructuras dañada, vidas y riesgos futuros.
Solamente en el Amazonas se registraron el año pasado más de 80.000 incendios y se perdieron 9.762 kilómetros cuadrados de selva tropical, el índice más alto de la historia según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) de Brasil y un 83% más que en 2018. Solamente en Australia se estima que en 2019 hubo 15.000 incendios, 63.000 kilometros cuadrados quemados, 3000 millones de animales muertos o desplazados entre mamíferos (143 millones), aves (180 millones), reptiles (2460 millones) y ranas (51 millones), según datos de la Universidad de Sydney y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Muchas de estas especies únicas e irremplazables, como los 5000 koalas, por el gran endemismo continental. Fue el mayor incendio de la historia australiana, pero no fue el más importante ni el más anómalo de 2019. Más de la mitad de los incendios de ese período sucedieron en África. Europa y California también sufrieron incendios extraordinarios con miles de estructuras dañadas y cientos de miles de desplazados. En el Ártico y Siberia se observaron cientos de incendios significativos capaces de disminuir la cobertura de los hielos en el mar.
Este conjunto de incendios emitió niveles récord de CO2, una gran cantidad de gases de efecto invernadero, partículas de polvo y humo que atraparon aún más calor dentro de la atmósfera y a la vez disminuyeron el caudal de los “ríos voladores” –flujos aéreos masivos de agua en forma de vapor– responsables de gran parte de las lluvias. Estos eventos extremos prepararon las condiciones de los incendios que padecemos en 2020. No sólo está ardiendo ahora parte del Delta del Paraná, Córdoba, el norte del país, el Amazonas o Paraguay. También arde buena parte de África, Rusia, y ahora en California ya hay más de 400.000 personas desplazadas… Imposible enumerar todos los lugares del planeta que se están incendiando. Las imágenes de la NASA (Fire Information for Resource Management System) muestran casi en tiempo real los diferentes focos.
“Un planeta en llamas” es el título de un informe de WWF que advierte sobre el riesgo creciente de grandes incendios: «la combinación de olas de calor prolongadas, sequías acumuladas y baja humedad unida a una vegetación muy seca y bosques sin gestión está generando incendios mucho más rápidos y de una virulencia nunca vista». “El número de incendios y su tamaño varían de año en año, pero la gran tendencia es que el riesgo de incendio aumenta a nivel mundial“, dijo Susanne Winter, gerente del Programa Forestal de WWF en Alemania. La vocera de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), Clare Nullis, coincide asegurando que el cambio climático y las temperaturas oceánicas más cálidas se relacionan directamente con la prolongación de las condiciones secas y el aumento tanto de los riesgos como de la severidad de los incendios.
En conclusión, los especialistas ya estudian los incendios como un fenómeno global y multicausal. Un fuego es mucho más que la suma de todos los fuegos que lo componen. Es antes que nada una serie dinámica de condiciones, que lo oxigenan, alimentan y transportan sobre el tiempo y el espacio. Por eso la solución no es asunto exclusivo de bomberos, ni de alertas tempranas o aviones cisterna. El problema anida como el ave fenix en esas cenizas, el aumento de la temperatura, la disminución de humedad y una compleja serie de factores que son tanto consecuencia como causa de incendios. Estamos frente a un ciclo de retroalimentación: el CO2 liberado, la deforestación y el calentamiento, a su vez seca la vegetación y aumenta el riesgo de incendios futuros. Así el problema crece como una bola de fuego que rueda sobre la pendiente de un sistema alimentario y energético extractivista.
La mayoría de los incendios son intencionales, motivados por la necesidad de tierras productivas para uso agrícola y ganadero. La segunda causa de los incendios es la negligencia o accidentes, facilitados por sequías sin precedentes (muchas veces son fuegos que comienzan con la intención de limpiar de maleza determinado terreno y se salen de control). Finalmente están los incendios forestales naturales provocados por caídas de rayos que representan apenas un 4 por ciento (según datos de WWF). Según el Centro de Ciencias Atmosféricas de Berkeley y la revista Science por cada grado centígrado adhisional de temperatura crecen los rayos en EEUU hasta un 12%, si a esto sumamos que caen sobre zonas cada vez más secas se explica una buena parte del crecimiento de los incendios en el hemisferio norte. En definitiva, los 3 tipos de incendios vienen creciendo y más del 96% son responsabilidad humana.
Las consecuencias de estos incendios son mucho más complejas que sus tres posibles causas. Sólo en el ámbito de la Salud Pública podemos decir que (según una investigación de la revista Nature) entre el 5 y el 8% de las 3,3 millones de muertes prematuras anuales son provocadas por el empeoramiento de la calidad del aire que dejan los incendios. También hay mucha literatura y evidencia que indica que la misma pandemia del coronavirus es producto, entre otros factores, de la ola de incendios de los últimos tiempos.
La salud de los enfermos
Las enfermedades transmitidas por animales son cada día más peligrosas y crecen a la par de los incendios. El coronavirus y el dengue son los ejemplos más vivos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la amenaza de enfermedades zoonóticas es producto de un entramado complejo de causas que incluye la destrucción de los bosques, alentada por un sistema alimentario global que demanda constantemente más tierras productivas. Este avance no hace más que debilitar la barrera entre el ser humano y la fauna silvestre.
El desmonte y los incendios intencionales dejan un cementerio de árboles y animales carbonizados, restos de troncos negros y grises cenizas. Pero también hay consecuencias menos visibles, como el desplazamiento de las especies sin hogar que invaden otros territorios o el beneficio de animales más pequeños y adaptables que pueden entrar en contacto con humanos y transportar patógenos (como ratas, murciélagos o mosquitos). Un estudio publicado en la revista Nature encontró que las poblaciones de animales riesgosas para los humanos son 2,5 veces más grandes en ecosistemas degradados. Por eso, la vigilancia de la enfermedad y la atención médica deben incrementarse en aquellas áreas donde la naturaleza está siendo devastada.
El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, afirma que “el cambio climático es más mortal que el coronavirus” y apoya el concepto One health (Una sola salud), que relaciona la salud ambiental con la animal y la humana. “Si el mundo se enferma, los humanos, que forman parte de él, también”, concluye. Naciones Unidas y WWF coinciden en ese concepto que se consolidó a principios de este siglo como una estrategia sistémica para la promoción de la Salud Pública. Christine Johnson, investigadora del Instituto One Health de la Escuela de Veterinaria de la Universidad de California Davis (un centro dedicado a estudiar la conexión entre la salud humana, los animales y el medio ambiente) afirma que “el derrame de virus desde animales es un resultado directo de nuestras acciones relacionadas con especies silvestres y su hábitat”. Las conclusiones son que para evitar futuras pandemias debemos cambiar radicalmente nuestros patrones de consumo, reduciendo nuestra interferencia y destrucción del mundo natural.
La autopista del Sur
¿Por casa cómo andamos? No queremos repetir las noticias que hoy están en todos los diarios sobre los incendios locales (en Catamarca, Córdoba, Chaco, Corrientes o el Delta del Paraná) sino darles un marco interpretativo. Queremos mostrar la conexión entre todos los fuegos del globo, su continuidad con los incendios pasados, sus causas profundas enlazadas con un sistema alimentario global destructivo.
Esta mirada global no pretende excusar a las autoridades competentes de asumir un rol más activo en la implementación de la Ley de Bosques, de aumentar la fiscalización y control, ni le quita gravedad a la deforestación de nuestro país (que es una de las peores del mundo). Al contrario. Lo que pasa en el Gran Chaco es tan grave como lo que pasa en el Amazonas. Según un estudio realizado entre Fundación Vida Silvestre y el INTA, si la deforestación avanza con el mismo ritmo que entre 2007 y 2014, para 2028 se perderán 4 millones de hectáreas de ecosistemas naturales (la mitad bosques) en el Gran Chaco: 200 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires.
Tampoco queremos caer en discusiones político-partidarias, ya que creemos que el problema es sistémico y que atraviesa todos los gobiernos. La Argentina es el segundo país del mundo que mayor superficie de bosques perdió entre 1982 y 2016, sólo superada por Brasil y seguida por Paraguay, según un estudio de la revista científica Nature. Los incendios son una parte de esta pérdida y “casualmente” aumentan cuando los precios de commodities suben. Entre 2005 y 2017, según datos del Ministerio de Ambiente, 8,5 millones de hectáreas se incendiaron, lo que equivale a un promedio anual de 35 veces la superficie de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La tendencia no disminuyó con la Pandemia. A pesar de la cuarentena y el decreto de aislamiento social preventivo y obligatorio, en los primeros meses de 2020 se desmontaron 2000 hectáreas más que en el mismo período del año último, según Greenpeace.
Tampoco queremos excusar a los individuos incendiarios acusados de los incendios en Córdoba. Pero sí señalar que en esa provincia apenas se conserva el 3,5 % de los bosques nativos originales debido al avance de la deforestación para el negocio inmobiliario o el agronegocio de muchas décadas.
En conclusión, no queremos sacar la pelota afuera de la cancha sino meter a todos los jugadores adentro. Involucrar a la ciudadanía e involucrarnos. Según nuestra mirada un incendio no es un accidente, ni un delito individual, ni es competencia única de funcionarios, terratenientes, guardaparques y bomberos. Comprender el vinculo de los incendios con el sistema alimentario global significa tomar conciencia de que cuando hacemos las compras en un supermercado o ejercemos nuestros deberes cívicos también estamos alentando (o sofocando) incendios. Como venimos advirtiendo en este espacio en la salida de esta crisis sanitaria y económica nos jugamos la supervivencia de nuestra especie. Hay sólo dos caminos. Si permitimos que los efectos de la pandemia retroalimenten las causas que la provocaron, si salimos con más desmonte para intensificar la producción a cambio de divisas, en una década (que es lo mismo que 10 minutos) el desastre ecológico llegará a un punto de no retorno. Estos incendios son quizás el último aviso para quienes aún creen que el oro vale más que el aire o el agua. Si optamos por transformar el sistema alimentario global en otro nuevo, sustentable e incluso regenerativo, aún tenemos chances de encontrar otro cielo.
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