Cuando dos días se encuentran…

26/06/25

El 28 de junio ocurre una coincidencia luminosa: el Día Mundial del Árbol y el Día Internacional del Orgullo. A primera vista, parecen celebraciones desconectadas, pero en realidad comparten algo esencial. Ambas nos invitan a no quedarnos indiferentes frente a un dolor, a reconocer la belleza en la diversidad y habitar un mundo con más amor.

De un lado, la lucha por la igualdad de derechos y la aceptación social a la diversidad de identidades de género y orientaciones sexuales. Del mismo lado,  la lucha por el cuidado de los árboles guardianes milenarios de la biodiversidad y sustento de la vida de innumerables especies. Ambas luchas nos invitan a crecer en consciencia, a superar la cultura «topadora» que uniforma y excluye, ya sea para sembrar monocultivos o binarismos. Ambas realzan el valor de la diversidad, tan necesario para restaurar la salud de las personas, regenerar la tierra  y reparar los tejidos sociales.

La diversidad es una fuerza vital y una forma de estar en el mundo. Vive en los cuerpos, en las identidades, en las formas múltiples de amar, de nombrarse, de crear redes donde antes hubo exclusión. Y la diversidad también vive en la comida: en las recetas nuevas y en los sabores antiguos, en las semillas que resisten y en las que aún no descubrimos.

Y, desde siempre, vive en la naturaleza. En los suelos vivos, en las tramas del bosque, en la sabiduría del monte. Tal vez por eso la tierra es nuestra mejor maestra cuando se trata de aprender diversidad.

El privilegio verde

¿Qué representaba en sus orígenes la franja verde en la bandera del Orgullo? Si pensaste en naturaleza, estás en lo cierto. El verde es ese tono que nos devuelve la vida cuando miramos una hoja, un pastito rebelde que crece entre las grietas del cemento o un bosque entero que respira. Donde hay verde, hay algo que brota, crece, se regenera. El verde une a la Tierra con quienes la habitamos. Viene de la clorofila que transforma la luz del sol en alimento para los animales.

Pero el verde no es tan accesible para las personas LGBTQI+. Existen múltiples barreras para habitar espacios al aire libre. Miedo al acoso, falta de recursos, falta de redes o de tiempo disponible… No es tan fácil llegar a ese «poquito de verde» que es necesario y reparador.

Este mes, gracias a los mails que recibimos por ser parte de 1% For The Planet, nos enteramos que muchas organizaciones en EEUU trabajan para que el contacto con la naturaleza sea accesible, seguro y transformador para todas las personas. Grupos como Venture Out, que organiza caminatas inclusivas; Outdoorist Oath, que promueve la justicia ambiental; o Kindling Collective, que brinda formación y equipamiento para acercar la naturaleza a la comunidad LGBTQI+.

Desde Zafrán queremos sumarnos a esa inspiración, conectarnos con organizaciones locales con estos propósitos y también invitar a todas las personas —y especialmente a la comunidad LGBTQ+— a conocer los talleres y programas de la Asociación Civil Germinar. Nos encantaría que la agrofloresta que creamos en Escobar —ese pequeño bosque de alimentos— sea también un espacio accesible, seguro y revitalizante. Un lugar donde se pueda crecer, aprender y compartir cerca de la tierra. 

Y conversar. Conversar viene de una palabra que significa “vivir con otras personas” y “girar hacia alguien”. No es solo hablar: es prestar atención, estar cerca, compartir lo que nos pasa, dejarse afectar. Aprender de la tierra también es eso. Escucharla, observarla, dejarnos afectar. Las luchas ambientales y por los derechos nacen de esa misma actitud: darnos cuenta de lo que duele y actuar en común. Conversar es una forma de cuidar lo que vivimos, los vínculos, los territorios, la vida…

Viva la diversidad

La biodiversidad y la diversidad sexual comparten una historia de silencios impuestos, poderes «normalizadores», sistemas políticos que hostigan y discriminan. Aunque la tierra ofrece miles de especies comestibles, solo unas pocas llenan nuestros platos. Del mismo modo, solo algunas formas de amar, vestirnos o nombrarnos han sido reconocidas. Por eso, creemos que para mejorar el mundo necesitamos una  alimentación más libre, diversa y amorosa.

En el mundo hay más de 20.000 plantas reconocidas como comestibles. Sin embargo, tres cuartas partes de lo que comemos proviene de solo 12 plantas y 5 animales. ¿Cómo llegamos a esto?

Cuando los sistemas alimentarios se concentran, cuando en unas pocas mesas de marketing de grandes industrias alimenticias se decide lo que comerá el 70% de la población mundial, entonces se pierde biodiversidad, se pierden sabores, nutrientes y también formas de relación con la tierra. Ampliar el menú es ampliar la mirada. Es dejar entrar nuevas texturas, colores, olores. Es hacer espacio para una alimentación más nutritiva, inclusiva y regenerativa. Es cuidar el monte —ese bosque nativo que se desmonta o incendia para sembrar soja— que es alimento, medicina, sombra y memoria.

Por todo lo anterior es que sentimos orgullo de haber incorporado harina de algarroba a nuestras galletitas y barras, gracias a una alianza con Emprendedores por Naturaleza. Las chauchas de algarrobo se recolectan cada año en el Impenetrable chaqueño, y ese pequeño gesto es mucho más que un ingrediente: es un ingreso para las familias locales, un incentivo para mantener el monte en pie, un rescate de saberes ancestrales y una forma concreta de sostener la soberanía alimentaria.

Al final, revalorizar la diversidad, en los cuerpos, en las semillas, en los paisajes y en los vínculos,  es una decisión política  amorosa. Al final, defender un bosque, abrazar una diferencia o cocinar con una planta olvidada es parte del mismo gesto: honrar la vida en todas sus formas.  

Alianzas

1% for the Planet | Accelerating Environmental Giving

Germinar ONG

Emprendedores por naturaleza – con el apoyo de Fundación Rewilding Argentina

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