Las declaraciones de la Organización Mundial de la Salud tienen el poder de resonar en todos los rincones del globo. Éste año se pronunció sobre los edulcorantes en dos oportunidades. No dijo nada demasiado nuevo, nada que no fuera a vox populi en congresos de nutrición o que no circulara entre especialistas. Pero todo tembló. ¿Será que a veces «el mensajero es el mensaje»? La OMS sabe que incide en el diseño de políticas sanitarias de 193 países y que es la fuente con más autoridad para todos sus medios de comunicación. Sabe que sus palabras tienen efectos positivos y negativos en múltiples dimensiones, sociales, económicas, políticas, culturales… Por eso está obligada a hablar corto después de largos cálculos, sólo cuando los beneficios esperables superan con creces los posibles perjuicios. Y esta cautela hace que sus palabras sean aún más significativas.
El motivo concreto que hay detrás de las nuevas recomendaciones sobre edulcorantes es claro: reforzar la lucha contra la obesidad. Cabe señalar que un informe publicado en 2022 por la OMS alertó que el ya elevado impacto negativo de la obesidad sobre la población se recrudeció durante los años de la pandemia. “Ningún país está en camino de alcanzar el objetivo de detener el aumento de la obesidad fijado para 2025″, explicó en la presentación del informe uno de los responsables de la OMS, Kremlin Wickramasinghe.
Mensajes edulcorados
En este contexto en mayo de éste año la OMS desaconsejó el uso de edulcorantes acalóricos o bajos en calorías para controlar el peso o reducir el riesgo de enfermedades no transmisibles. La pronunciación abarcó tanto los edulcorantes artificiales o sintéticos como a los que son de extracción natural purificados mediante procesos industriales. Así la lista incluyó a todos los más utilizados: acesulfamo K, aspartamo, advantamo, ciclamato, neotamo, sacarina, sucralosa, stevia y derivados de stevia como glucósidos de esteviol. Esta recomendación condicional fue resultado de estudios observacionales que mostraron una asociación clara y significativa, en adultos, entre el consumo de edulcorantes y el incremento del peso y ciertas enfermedades no transmisibles como la diabetes tipo 2, la enfermedad cardiovascular, la hipertensión y la mortalidad por cualquier causa.
El jueves 13 de julio la OMS volvió a hablar catalogando al aspartamo como “Posiblemente cancerígeno para los seres humanos”. Lo hizo en base a evidencias de que puede causar cáncer en los seres humanos en pruebas limitadas al carcinoma hepatocelular y otras de cáncer en animales de experimentación. Hubo un Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA), que se encargó de una dosis de ingesta diaria admisible y mantuvo la recomendación de consumo diario admisible en 40 miligramos por kilo de peso al día.
Ambos mensajes, aunque muy calibrados, llenos de tecnicismos y condicionales (según el grado no concluyente de las evidencias científicas) tuvieron una repercusión considerable en los medios de comunicación.
La liturgia del dulzor
Hoy estamos co-impulsando la quinta edición de la semana de la no dulzura, menos azúcar por más salud. Este año los nuevos mensajes de la OMS nos sirven para clarificar el mensaje. La solución no es la sustitución del azúcar por otra cosa (y mucho menos símil alimentos sintéticos). La clave es reducir el umbral de dulzor en todas sus formas, ese punto a partir del cual en el paladar empezamos a sentir lo dulce.
Necesitamos volver a la dulzura natural pero también en dosis naturales. Hace 200 años comíamos en un año la misma cantidad de azúcar que hoy consumimos en 10 días. Estos registros de dulzor antinaturales son parte del cóctel que aumenta la obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles.
La dulzura natural – Semana de la NO dulzura